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Igualdad desgastada y paridad impuesta

Ramón Cuevas Martínez


Cuando Porfirio Díaz gobernaba México, la ciudad de Puebla tenía una curiosa prohibición: nadie que vistiera calzón de manta podía ingresar al centro de esa localidad entre las seis de la tarde y las 8 de la mañana. Así garantizaron los catrines que solo ellos tuvieran permiso para pasear de noche.


Ricardo Raphael en El Mirreynato, la otra desigualdad.



La búsqueda de la igualdad no ha sido una constante en la historia de la humanidad, de hecho, algunas prácticas que ahora nos parecen abomínables, eran cosa de la vida diaria.


El Código de Hammurabi, que data de 1792 A.C. -considerado un compendio de las primeras leyes de la humanidad- planteaba que, si un hombre mataba a la hija de otro hombre, el que había perdido a su hija tenía derecho a matar a la hija del asesino, sin embargo, en caso de que la mujer asesinada fuera la hija de un esclavo o de un “hombre común”, el asesino solo debía pagar “1/3 de mina de plata”.


En México durante la colonia, existió un rígido sistema de castas que dio origen a una composición social que estableció los derechos que tendría cada persona a partir solamente de su nacimiento. Diferente estatus social era el de un criollo, español nacido en México; el de un mestizo, hijo de una español e india; o de un peninsular, nacido en España. Estas castas digamos que estaban en la punta de la pirámide social.


En el mismo desdoblamiento social colonial encontrábamos a los moriscos, hijos de español y mulata; y a los coyotes, hijos de mestizo e indígena. Al final de la escalera social estuvieron los cambujos, gibaros y los saltapatras.


La Revolución Francesa, la independencia de los EEUU y la Revolución Mexicana abrieron por primera vez paso a las ideas de igualdad.


Como muestra, las autoridades norteamericanas forzaron a las universidades que se negaban a llevar a cabo la integración racial de estudiantes, a establecer cuotas de un 25% de personas afroamericanas en su plantilla estudiantil, dando paso a lo que hoy conocemos como acciones afirmativas o que buscan la paridad.


Las leyes que promueven la igualdad en México datan del año 2003, un poco más de 20 años, y en ese tiempo no se ha logrado trasmitir que la igualdad no se logra por decreto ni con la acción afirmativa denominada paridad 1.


Tenemos dos problemas estructurales para vencer las desigualdades, el primero es que no hemos logrado introducir exitosamente conocimientos de igualdad en la educación. De acuerdo con el Informe de Movilidad Social en México del Centro de Estudios Espinoza Yglesias, las personas creen que la pobreza tiene que ver con características individuales, que su problema se origina de la “flojera” de algunas personas, de la falta de educación y de la dificultad para encontrar empleo.


Debemos tomar conciencia de que los problemas de la pobreza se deben, entre otros factores, a la falta de oportunidades en el acceso a educación de calidad que nos lleve a desarrollar competencias del sector productivo. Llama la atención el reciente anuncio de que en las escuelas de educación básica de la Ciudad de México se impartirán clases de náhuatl. ¿No serviría más impartir ciencia de datos, o reforzar la enseñanza de las matemáticas?


El segundo problema es el tipo de soluciones que estamos proponiendo para combatir la desigualdad. Si bien es cierto las acciones afirmativas -como las cuotas de integración racial en EEUU o las cuotas de paridad para las mujeres en la política- contribuyen a la solución del problema, no estamos construyendo un sistema de igualdad que nos ayude a que la paridad sea solo una solución en el corto plazo.


Si está identificado que la principal desigualdad es la de género, entonces construyamos un sistema que permita obligar a las empresas a flexibilizar sus horarios de trabajo para que las madres trabajadoras se sumen al mercado laboral, establezcamos estancias infantiles cercanas a los lugares de trabajo, transparentemos los sistemas de ascenso y permanencia, para que las mujeres puedan saber cuales son los criterios para tener un mejor puesto de trabajo, y que no lleve ventaja quien se va de parranda con su jefe.


También hace falta establecer permisos para cuidados de familiares y enfermos, y que decir de la licencia de paternidad, que, aunque existe, no se hace efectiva.


De no construir un sistema de igualdad corremos en riesgo de construir casilleros de derechos, que no nos permita mirar las desigualdades de las mujeres indígenas, las mujeres afroamericanas, las mujeres jóvenes que sufren violencia, las mujeres que viven en discapacidad, las mujeres cuidadoras (que son el 80% de las personas que realizan labores de cuidado), etc, etc, etc.


¿No les parece inequitativo que la única paridad que es obligatoria en este momento es la política, es decir donde solo se benefician las mujeres que se dedican a buscar cargos de representación?. Si al igual que a mí si les parece inequitativo, avancemos mejor en la construcción de un sistema de igualdad y no discriminación para todas, para todos y para todes.





1La Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, en su artículo 5, fracción I, define las acciones afirmativas como: “el conjunto de medidas de carácter temporal correctivo, compensatorio y/o de promoción, encaminadas a acelerar la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres”